LA GRAN MADRE

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Una de las deidades más exóticas que se introdujeron en Roma fue la Gran Madre (Magna Mater), tomada del Asia Menor (actual Turquía) en 204 a. C. Muchos escritores romanos describieron su llegada a Roma y los increíbles acontecimientos que la rodearon. El siguiente relato procede en gran parte del poeta Ovidio, que vivió en el siglo i a. C.

Con la esperanza de vencer en la guerra contra los cartagineses encabezados por Aníbal, los romanos consultaron a un oráculo local, que dio una extraña respuesta: La madre está ausente: buscad a la madre. Cuando venga, debe ser recibida por manos castas. Desconcertados, pidieron una segunda opinión al oráculo de Delfos, que les aconsejó querecogieran a la Madre de los Dioses, que se encuentra en el monte Ida. Enviaron una embajada al rey Átalo, en cuyo territorio se alzaba el monte Ida, y le preguntaron si podían llevarse la imagen de la Gran Madre a Roma.

Átalo les negó el permiso, pero la diosa habló milagrosamente y dijo que era su deseo partir. Atemorizado ante sus palabras, el rey dio su consentimiento y se construyó un barco para que transportase la preciada carga.

La larga travesía por el Mediterráneo finalizó en Ostia, el puerto de Roma, en la desembocadura del Tíber, donde se congregaron todos los ciudadanos para recibir a la diosa. Intentaron empujar la embarcación hasta la orilla, pero estaba encallada en el lodo y no se movía. Los romanos temieron no poder cumplir los términos del oráculo; pero apareció Claudia Quinta, una mujer noble a la que se había acusado injustamente de no ser casta basándose en que vestía con demasiada elegancia y en que tenía la lengua demasiado afilada en las discusiones con los hombres. Sabiéndose inocente, llegó a la desembocadura y alzó las manos, suplicando a la Gran Madre, «¡Si soy inocente de todas las acusaciones, ven a mis castas manos, oh diosa!», exclamó. Liberó el barco sin esfuerzo y la imagen fue escoltada hasta su nuevo templo.

Los romanos siempre tuvieron una actitud ambigua ante la Gran Madre. Por un lado, su culto extático, con sacerdotes que se autocastraban, y la música y las danzas frenéticas se les antojaban demasiado extraños; por otro, debido a que su tierra natal, junto a Troya, era el origen en última instancia de la raza romana (según la leyenda de Eneas) la consideraban deidad «nativa».

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