MUERTE Y DUELO

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Los mitos aborígenes tratan la muerte como una consecuencia de los errores humanos. No era inevitable, y los heroicos seres ancestrales del Período de Creación tuvieron la oportunidad de vivir eternamente; pero a causa del odio, la estupidez o la codicia, el don de la inmortalidad se escapó de las manos de la humanidad y sólo lo conservaron la luna, que crece y mengua todos los meses, y el cangrejo, que se deshace del caparazón viejo y se cubre con otro nuevo.

Según los worora de los Kimberleys occidentales, un tal Widjingara fue la primera persona que murió, en una batalla contra unos wandjinas. Querían raptar a una mujer que estaba prometida en matrimonio a otro hombre y Widjingara luchó para que se respetasen las reglas matrimoniales instituidas por Wodoy y Djunggun. Depositaron su cuerpo en un ataúd de corteza, y su esposa, la Pitón de Cabeza Negra, inició el duelo: se afeitó el pelo y se frotó el cuerpo y la cabeza con cenizas, inaugurando así la tradicional forma aborigen de mostrar duelo.

Como Widjingara regresó de la tumba, con el cuerpo renovado, la Pitón de Cabeza Negra se enfadó «¿Por qué has vuelto?», preguntó. «¡Mírame! ¡Yo que me había afeitado la cabeza y la había ennegrecido con cenizas!» Enfurecido a su vez por la mala acogida de su esposa, Widjingara regresó indignado a la tumba y más adelante se transformó en el gato nativo (dasyurus), marsupial nocturno australiano semejante al gato doméstico. Desde entonces se perdió la posibilidad de rejuvenecer: todos tenemos que morir, y la pitón parece guardar luto continuamente. Hasta que la interrumpieron los misioneros a principios del siglo XX, los worora tenían la costumbre de tender los cadáveres sobre una plataforma funeraria hasta que se pudría la carne y se colocaban los huesos en una cueva, en la región natal del difunto. Si la plataforma no se construía con sumo cuidado, el gato nativo, manifestación viviente de Widjingara, podía cebarse en el cadáver.

Entre los murinbata, que viven al noroeste del Distrito del Río Victoria, se cuenta que el Cuervo y el Cangrejo discutieron un día sobre el mejor modo de morir. El Cangrejo dijo que él conocía un sistema muy bueno y le pidió que esperase en su campamento hasta que volviera. Encontró un agujero en el suelo, se libró de su viejo caparazón todo arrugado y se metió en el hoyo a esperar a que se formase el nuevo. El Cuervo se impacientó y al cabo de cierto tiempo fue a ver qué ocurría. Cuando el Cangrejo lo vio asomado al agujero le dijo que esperase un poco más y cuando volvió al campamento con el caparazón nuevo, el Cuervo exclamó: «¡Así se tarda mucho! Yo conozco un método más rápido de morirse.» E inmediatamente puso los ojos en blanco y cayó hacía atrás. «¡Pobre Cuervo!», dijo el Cangrejo. Cogió agua y salpicó al ave, pero no logró revivirla, porque estaba muerta. Los murinbata comparan los tipos de muerte elegidos por el Cuervo y el Cangrejo con las danzas escogidas por dos bailarines en un baile secular, en las que cada uno se decide por la que le resulta más conveniente, del mismo modo que las personas prefieren morir como el Cuervo.

Encontramos otro mito sobre el origen de la muerte entre los tiwi de las islas de Melville y de Bathurst, situadas frente a la costa del Territorio Septentrional. Aunque a sólo 25 kilómetros del continente, se cree que los tiwi se han mantenido aislados de las demás sociedades aborígenes durante milenios. Según su mito, la isla estaba habitada por los hijos de una anciana ciega, Mudungkala, y su hijo, Purukupali, se casó más adelante (no está claro de dónde procedía su esposa) y engendró un niño. Compartía el campamento con Tjapara, el Hombre de la Luna, que estaba soltero y empeñado en seducir a la esposa de Purukupali. Un día muy caluroso se internó con ella en el bosque, dejando al hijo de Purukupali dormido a la sombra de un árbol. El sol se movió en el cielo, el niño quedó expuesto a sus fuertes rayos y murió. Purukupali se enfadó terriblemente y declaró que a partir de entonces todos debían morir.

Tjapara le suplicó que le permitiese llevarse el cuerpo del muchacho tres días y le devolvería la vida. Purukupali se negó, y tras una pelea con Tjapara cogió el cadáver y se adentró en el mar, dejando un gran remolino en el punto en el que se hundió. Tjapara se transformó en la luna y ascendió al cielo, aún con las cicatrices que le había hecho Purukupali al luchar por el cadáver. Los demás habitantes originales de la isla se reunieron para celebrar la primera ceremonia mortuoria y prepararon los grandes postes ornamentados que se emplean actualmente en los funerales de los tiwi.

Numerosos mitos aborígenes sobre los orígenes presentan a los primeros seres como creaciones o hijos de un solo progenitor, que los hace hermanos y hermanas, y ofrecen explicaciones muy diversas para el matrimonio y la procreación de futuras generaciones una vez perdida la inmortalidad. En algunos casos, parece como si los hermanos hubieran podido emparejarse libremente entre sí en aquella época, debido a que el incesto es una invención posterior. En otros mitos, el héroe o heroína primordiales copulan con otro ser primordial cuyos orígenes quedan sin aclarar, como la esposa de Purukupali, por ejemplo. En tales casos no se considera necesario explicar la existencia de más de un ser primigenio, porque se cree que el mito se desarrolla en un mundo de continuos cambios, y por consiguiente, no sometido a las convenciones del mundo actual.

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