El morral mágico

Un vendedor ambulante que pensaba instalar su puesto en el mercado, vio a Nasrudín que venía hacia él contando un puñado de monedas. Inmediatamente lo detuvo. Con suerte podría lograr un buen botín.

—Parece usted un hombre perspicaz —le dijo—. ¿Le gustaría poseer un morral mágico?

Qué cosas puede hacer?

—Sólo mire y verá.

El prestidigitador metió su mano en el morral y sacó primero un conejo, luego una pelota, finalmente una planta en una maceta. Le faltó tiempo a Nasrudín para sacar su dinero y dárselo.

—Hay algo que deseo advertirle —dijo el prestidigitador, queriendo ganar tiempo para alejarse—, no lo haga enojar. Estos morrales son temperamentales. Y no haga demasiadas confidencias sobre este asunto. Todo terminará bien.

Nasrudín había pensado pasar la hora de la siesta en la casa de té, pero ahora estaba tan excitado que fue directamente a su casa con el morral en la mano. Paulatinamente la temperatura fue aumentando; el Mulá estaba cansado y sediento.

Se sentó a la vera del camino y dijo:

—Morral mágico, dame un vaso de agua.

Metió la mano en el morral, pero estaba vacío.

—Ah —dijo Nasrudín—, por ser temperamental quizá sólo ofrezca conejos, pelotas y plantas—. Pensó que no haría daño alguno si lo ponía a prueba.

—Muy bien; entonces, dame un conejo.

Ningún conejo apareció.

—No te enojes conmigo; lo que sucede es que no entiendo a los morrales mágicos.

El Mulá reflexionó que cuando su burro se enojaba, le compraba un morral.

Así es que volvió al pueblo y compró un burro para su nuevo morral.

—¿ Qué haces con dos burros? —alguien le gritó. —Usted no entiende —dijo el Mulá—. No son dos burros. Es un burro y su morral, un morral y su burro.