Cocinando con una vela

Nasrudín apostó que podía pasar una noche en una montaña cercana y sobrevivir, a pesar del hielo y la nieve. Varios bromistas que se hallaban en la casa de té aceptaron juzgar los resultados.

El Mulá tomó un libro y una vela y se pasó sentado en la montaña la noche más fría de su vida. A la mañana siguiente, medio muerto, reclamó su dinero.

—¿No tenías nada para mantener el calor? —le preguntaron los aldeanos.

—Nada.

—¿Ni una vela siquiera?

—Sí, tenía una vela.

—Entonces la apuesta queda anulada.

Nasrudín no discutió.

Algunos meses más tarde, invitó a aquellas personas a un banquete en su casa. Se sentaron en la sala de recepción, esperando la comida.

Pasaron las horas.

Comenzaron a inquietarse por la comida.

—Vayamos a ver cómo anda —dijo Nasrudín.

Todos se dirigieron a la cocina. Allí encontraron una olla enorme, llena de agua, bajo la cual ardía una vela. El agua ni siquiera estaba. tibia.

—No está lista aún —dijo el Mulá—. No sé por qué: ha estado allí desde ayer.