Leyendas de China

No hay que olvidar el pasado

Tras diecinueve años de destierro, el príncipe Chonger fue elegido soberano del reino Jin como sucesor del trono. El sueño afanosamente acariciado durante los largos años de exilio se hizo realidad. Dos décadas atrás, a causa de una falsa acusación contra él y los demás príncipes, fue desterrado. Su hermano mayor, el príncipe heredero, fue ejecutado en esos días de pesadilla, acusado de conspiración contra el trono. Pero ahora se había demostrado su inocencia y la de sus hermanos y el rey lo nombró sucesor durante su agonía.

El día que se embarcaron para cruzar el río Amarillo, todos sus seguidores estaban animados ante la perspectiva de un ascenso en su carrera por su lealtad al príncipe heredero durante los largos años del destierro. Anhelaban olvidar el pasado para disfrutar el esplendor del poder y la riqueza.

Cuando todos estaban ya en el barco, el nuevo soberano vio que su intendente general seguía cargando trastos viejos, con el sobrante de la comida, la ropa vieja y remendada y las pobres vasijas desportilladas y se puso a reír a carcajadas.

—Admiro tu constante sentido de ahorro. Gracias a eso, hemos podido sobrevivir estos miserables años. Pero ahora soy rey, y voy a disponer de todo el país. No nos va a faltar nada. ¿Para qué llevas todas estas porquerías al lujoso palacio que vamos a ocupar? ¿Para qué guardas las sobras de las comidas si vamos a nadar en la abundancia? Tíralo todo al río.

Al escucharlo, el veterano encargado de la logística se puso triste, no tanto por el tono satírico de las palabras del monarca, sino por la mentalidad de desquitarse con lujo y despilfarro. Se retiró silenciosamente y, tras un momento de reflexiones, se presentó ante el entusiasmado monarca con un talismán de jade blanco. Estaba resuelto a dimitir.

—Majestad, al cruzar el río Amarillo, pisará el territorio de Jin que va a gobernar eternamente. Hoy es el día más emotivo de mi vida, pero me siento viejo e inútil. Quiero quedarme aquí para el resto de mi vida. Le dejaré este jade blanco como un testimonio de mi lealtad, para que le acompañe en su ilustre reinado.

El monarca quedó totalmente sorprendido. Le preguntó por qué decía eso.

—No lo puedo creer. He podido aguantar el sufrimiento de estos penosos años gracias a tu ayuda y fidelidad. Ahora que vamos a pasarlo bien todos, ¿por qué te niegas a disfrutar de la buena vida del palacio?

El viejo encargado le contestó:

—Si bien he sido algo útil en las penalidades, no serviré para disfrutar del poder y la abundancia, ya que en el palacio sobran cortesanos con talento. Nosotros parecemos la ropa vieja y las sobras de la comida, no creo que nos vaya a necesitar con este cambio en su destino.

En un instante el monarca aprendió la lección más importante de su vida. Se le llenaron de lágrimas los ojos al recordar las penurias del exilio.

—Gracias por tu consejo, mi fiel amigo. He cometido un error. No te vayas. Te voy a necesitar en el futuro.

El barco zarpó para cruzar el río Amarillo. El príncipe Chonger se convertiría en uno de los reyes más austeros de la historia de China.