Leyendas de China

La mente conflictiva

Se trataba de dos monjes que habían emprendido una peregrinación por los lugares más sagrados de China. El abad del monasterio había hecho llamar antes de la partida al monje más mayor y le había dicho:

—No dejes de dirigir la perspicacia mental de tu compañero cuando haya lugar para ello. Que no se limite a visitar lugares santos, porque si la mente no va despejándose, ¿de qué sirven todas las peregrinaciones del mundo? No hay lugar más santo que la comprensión de una mente clara y libre.

Los dos monjes caminaban diligentes de uno a otro lugar sacro. Visitaban monasterios, centros de peregrinación, santuarios y templos.

—Pero no hay peregrinación más importante que la que hacemos a la mente serena dentro de nosotros a través de la meditación —dijo el monje mayor.

El monje joven se encogió de hombros y sonrió con autosuficiencia. Era mucho más divertido peregrinar de aquí para allá que sentarse como un santurrón en meditación. El monje mayor meditaba todas las noches antes de disponerse a conciliar el sueño. El monje joven cedía a su pereza y se abstenía de meditar.

Pasaron las semanas. El monje mayor preguntó al joven:

—¿Qué tal está tu mente?

—¿A qué viene esa pregunta? —replicó molesto el monje joven—. Mi mente está perfecta. La siento libre de toda alteración, equilibrada y atenta.

—Te felicito —repuso el monje mayor.

Atardecía. Reinaba un silencio perfecto. Los monjes se dispusieron a tomar el último alimento del día. Se sentaron y tomaron sus respectivas escudillas. Abrieron una especie de pequeña tartera que incluía dos piezas de alimento: una grande y una pequeña. El monje mayor alargó la mano y se apropió de la grande. Indignado, el monje joven dijo:

—¡Qué descaro! ¡Parece increíble! No has dudado un momento en coger el trozo grande.

—Así es —dijo apaciblemente el monje mayor.

—¡Es una vergüenza! —exclamó en el colmo de la irritación el monje joven—. ¡Y encima no te disculpas!

—Cálmate —dijo el monje mayor—. Dime, ¿tú qué hubieras hecho?

—Te aseguro que yo hubiera cogido el trozo pequeño en lugar del grande.

—Entonces, mi buen amigo, ¿dónde está el problema? Ya lo tienes.