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Al principio, los pelasgos, los arcadios, honraron únicamente a un Ser supremo, sin templo ni imágenes. Según Heródoto, durante mucho tiempo no conocieron el nombre de ningún dios. Cuando se referían a dicho Ser supremo, llamábanle Zeus, padre de las cosas vivientes. Esta adoración silenciosa y pura al dios padre, revelación de un culto monoteísta, no fue duradera. Siglos después la volvería a encontrar la filosofía socrática. Al culto del Cielo se unió en seguida el culto de la Tierra. Si el Cielo era el dios padre, la Tierra, donadora de frutos para la vida, era la diosa madre, y como tal había de ser adorada; y se la adoró con el nombre de Deméter. Y como Cielo y Tierra tenían, a los ojos de los mortales, muy diversas manifestaciones, cada una de éstas tuvo, sucesivamente, un nombre, un símbolo, una apariencia.

El antropomorfismo se desprendió casi insensiblemente del antiguo naturalismo, aun cuando, por el pronto, tardasen en llegar los enlaces y la generación de los dioses.

La aparición de muchos dioses debiose a los cultos particulares en cada localidad. Una especie de emulación religiosa poseía a estas comarcas helénicas, cada una con intereses distintos y, alguna vez, incluso contradictorios. Tener dioses propios -o los mismos, pero con nombres diferentes—parecía ser como un orgullo indeclinable. En Lemnos quedó localizado el culto al fuego con el nombre de Hefestos (Vulcano) -el Agni de los vedas- gran artesano del Universo. Arcadia, región de pastores, adoró a Pan y a Hermes. Los festejos propagaron el culto de Astarté, diosa del amor, a la que se dió el nombre de Afrodita en Ascalán, Chipre y Citerea. Poseidón (Neptuno), dios del mar, era el dios nacional de los jonios. Dionisios, nombre de la vid, apareció en Naxos. Artemisa (Diana), la del culto y de costumbres salvajes, como las de las Amazonas, tuvo en Éfeso y en Táurida templos y altares famosos. El cretense Minos fue quien primero divulgó el culto de Apolo, el dios eternamente joven, personificación de la luz radiante,