RÁBANO Y LA SEÑORA PUERRO

En los pueblos y ciudades de China se representaban obras sobre el personaje Rábano en el transcurso de la festividad budista anual de Avalambana. Algunas duraban varios días y contenían tantos adornos que casi se perdieron los detalles de la historia original y la obra se Transformó en puro entretenimiento. Ofrecemos un resumen del relato, según fuentes del siglo IX.

Buda tenía un discípulo virtuoso llamado Rábano, que quería que emprender un largo viaje. Antes de partir, Rábano le confió a su madre, la señora Puerro, una suma de dinero que habría de dar a los monjes budistas que llamaran a su puerta. Pero en ausencia de Rábano, su madre no dio nada a los monjes y cuando volvió su hijo le mintió y le dijo que había cumplido sus deseos, a consecuencia de lo cual murió y fue de cabeza al infierno, donde sufrió terribles tormentos.

Rábano se había hecho por entonces aún más virtuoso y más sabio y alcanzó el estado de iluminación, de arhat o santo. Le pusieron de nombre Mulian. Al enterarse de que su madre estaba en el infierno, decidió rescatarla, y en el camino se encontró a Yama (Yanluo), rey del infierno, que le desanimó con las siguientes palabras: «Las sentencias decretadas en el Taishan una de las montañas sagradas no se revocan fácilmente. Se redactan en el cielo y ratifican en el infierno. La retribución de los pecadores provienen de sus acciones pasadas, y nadie puede salvarlos.»

Sin desalentarse, Mulian fue a ver a todos los funcionarios encargados de la sentencia, archivo y destino de los pecadores y visitó numerosos departamentos del infierno. Al fin se enteró de que su madre estaba en uno de los puntos infernales más bajos, el infierno Avici. Al ir hacia allí se topó con cincuenta demonios con cabeza de toro (o de caballo), con hileras de dientes como bosques de espadas, boca como una tinaja de sangre, voz como el trueno y ojos como relámpagos. Agitó una varita mágica que le había dado el mismísimo Buda y los monstruos desaparecieron.

En el infierno Avici, Mulian le preguntó al carcelero dónde estaba su madre y el carcelero subió hasta una alta torre, agitó un estandarte negro y golpeó un tambor de hierro, gritando: «¿Está la señora Puerro en el primer recinto?» No hubo respuesta. Hizo la misma pregunta en cada recinto hasta encontrarla en el séptimo, clavada a una cama con cuarenta y nueve largos clavos. Pero Mulian no pudo liberarla, pues, con sus pecados, sólo podía hacerlo Buda.

Mulian fue a ver a Buda y le contó la lastimosa situación de su madre. El Buda sintió piedad y, tras el festival de Avalambana, el decimoquinto día del séptimo mes, liberó a la señora Puerro. Para que la encontrase, Buda le dijo a Mulian que recorriese las calles de la ciudad en la que vivía, pidiendo limosna al azar hasta llegar a la casa de un hombre rico. Al llegar allí, saldría un perro negro que le tiraría de la túnica. El perro era su madre.

Mulian siguió las indicaciones de Buda y encontró al perro. Pero su madre no recobró la forma humana hasta que Mulian hubo recitado las escrituras durante siete días y siete noches ante la pagoda de Buda, confesando, orando y observando abstinencia.

Después, Mulian aconsejó a su madre que, como la reencarnación en ser humano y la conversión a los buenos pensamientos resultaban difíciles de obtener, acumulase bendiciones haciendo buenas obras.