LA MUERTE Y LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

Las costumbres y las convicciones indias sobre el fin de la vida variaban de una nación a otra, aunque muchos pueblos opinaban que el individuo tenía, como mínimo, dos almas. Una era libre y abandonaba el cuerpo durante los sueños y la enfermedad, mientras que la otra era material y permanecía dentro del cuerpo. Al fallecer, el primer alma se trasladaba a la vida futura y la segunda moría con el cuerpo o, al menos, permanecía unida a éste durante un período indeterminado.

Para los navajos, la muerte tenía lugar cuando escapaba el viento de la vida que al nacer entraba en el cuerpo. Generalmente temían a la muerte porque, mientras que la bondad del difunto contribuía al equilibrio y la armonía del universo, las cualidades negativas perduraban con forma de espectro capaz de causar daños a los vivos.

Los seres más amenazados por los muertos eran aquellos a los que habían estado más próximos en vida, razón por la cual entre los tlingit de la costa noroccidental los ritos funerarios estaban a cargo de otro grupo sin relaciones de parentesco, Al igual que en otros rituales de transición, los aborígenes situaban a los muertos en un lugar alejado y cortaban sus relaciones con el mundo de los vivos. Los yumas del suroeste incendiaban la residencia del difunto y, si los parientes seguían ocupando la vivienda, creaban una nueva puerta u orificio de salida del humo para que el muerto no volviera a entrar. Se deshacían de los cadáveres mediante la incineración, la sepultura en un montículo de tierra o la colocación en un andamio al raso. Los lakotas dicen que los espíritus wanagi («las cosas de las sombras»)guardan las tumbas y pueden causar daño si se perturba a los muertos.

Casi todas las naciones creían en la vida futura, que no siempre consistía en el estereotipado «feliz territorio de caza» al que habitualmente se decía que iban los indios cuando morían. Básicamente sostenían que, con el paso del tiempo, una de las almas de los difuntos se reunía con el Creador por toda la eternidad. Los delawares estaban convencidos de que el alma material pasaba por doce capas cósmicas hasta lograrlo.A menudo el otro mundo era una etapa que precedía la reencarnación del alma. En el caso de algunos pueblos, la vida futura equivalía a la inversión del mundo de los vivos, ya que los ríos discurrían hacia atrás, las estaciones se mezclaban y las personas bailaban con las piernas cruzadas.

Como con frecuencia los muertos se angustiaban al estar separados de los vivos, estos se esforzaban por aliviar su dolor. Para demostrar hasta qué punto echaban de menos a una persona, algunos indios se infligían tajos o se arrancaban la yema de un dedo. Muchos estaban de duelo durante cierto tiempo y otros realizaban ceremonias sencillas y delicadas, como la ofrenda de alimentos para facilitar el trance del difunto al otro mundo. Algunos pueblos se preparaban para la muerte desde la juventud, como las novias hopis.