LAS TRANSFORMACIONES CEREMONIALES

Para los norteamericanos nativos, las fronteras entre el mundo de los espíritus y el de los seres vivos no estaban claramente definidas, pues las separaba un tercer mundo «intermedio» y de transición. Hasta cierto punto, todas las cosas moraban en los tres mundos. En el caso de contar con el poder o de llevar a cabo los rituales adecuados, una persona se podía transformar en un ser de cualquiera de los otros dos mundos.

Estas transformaciones solían reproducir los acontecimientos del «tiempo de los comienzos», cuando el mundo cobró entidad tal como existe por intermedio de los héroes culturales y los timadores. Durante las ceremonias, el individuo podía adoptar el aspecto de una de estas figuras y considerar que se convertía literalmente en ella. Cuando un hombre sagrado blackfoot se cubría con una piel de oso amarillo, para los presentes se convertía realmente en este animal.

Para los kwakiutl y los haidas de la costa noroccidental, los seres sobrenaturales que modelaron el mundo en el tiempo de los comienzos solían convertirse en animales, adoptaban forma humana o poseían a las personas. Dichos seres no siempre eran benignos. En algunas danzas utilizaban máscaras de dos capas, laboriosamente pintadas, a fin de ilustrar la transformación. La exterior representaba, por ejemplo, la cabeza de un salmón. Durante la danza el bailarín tiraba de una cuerda, abría la máscara y dejaba al descubierto la interior, que representaba a sisiutl, ser temible parecido a un dragón. Inversamente, en determinado momento la máscara de un espíritu maligno podía abrirse y mostrar el rostro del humano que hasta entonces había estado poseído por dicho ser.

Las transformaciones son muy habituales en las ceremonias de «convocación de animales», como las del ciervo de los indios pueblos, durante las cuales los hombres se disfrazan de estos animales. Al amanecer los cazadores llaman a los ciervos que se encuentran en las colinas y las formas confusas de los hombres ciervos que se mueven a gatas asoman a la luz del sol que acaba de salir meneando las cornamentas y los pellejos. Dan brincos y juegan ante el pueblo mientras los niños pequeños, disfrazados de cervatos, corretean a su alrededor. Los danzantes del ciervo están escoltados por una figura a la que llaman madre de la caza.