TLALOC, DIOS DE LA LLUVIA

Las imágenes de Tlaloc se remontan al menos a la cultura de Teotihuacán (siglos III-VIII), pero fue en la época azteca, entre los siglos XIV y XVI, cuando adquirió importancia y cuando su culto se extendió por todo México. Portador de la muerte y de la prosperidad agrícola, podía provocar dos clases de lluvia: la que fertilizaba la tierra y la que la agostaba.

Se lo asociaba asimismo con las montañas, donde se amontonaban las nubes tormentosas, se demoraban las nieblas y nacían los ríos. Tenía cuatro grandes jarras (que representaban cada una de las direcciones sagradas del mundo), y de la que estaba vinculada con el este extraía la lluvia fertilizante mientras que de las otras sacaba la enfermedad, las heladas y la sequía.

Fundamentalmente en el culto azteca, si bien no tanto en la mitología, Tlaloc era un dios importante al que se rendía culto de forma especial en las fiestas rituales de los meses de Atlcahualo y Tozoztontli, épocas en las que se ofrecía el sacrificio de niños a las cimas de las montañas. Si las víctimas lloraban, su llanto se consideraba buena señal, pues simbolizaba lluvia y humedad. La elevada posición del dios queda reflejada en su santuario, que compartía la cumbre sagrada del Templo Mayor con el de Huitzilopochtli, dios azteca de la guerra y del sol). El santuario de Tlaloc estaba pintado de blanco y azul, el del dios de la guerra de blanco y rojo, y los sumos sacerdotes de ambos tenían el mismo tango.

Como señor de la fertilidad, Tlaloc dio su nombre al cielo azteca, Tlalocán, concebido como un paraíso terrenal en el que abundaban la comida, el agua y las flores y al que sólo tenían acceso quienes habían muerto a manos de Tlaloc, ahogados o fulminados por un rayo. Normalmente se incineraba a los muertos, pero quienes morían de esta forma o por enfermedades relacionadas con el agua especialmente asociadas con el dios, como la hidropesía, eran enterrados con un trozo de madera seca junto al cuerpo, que se cubriría profusamente de hojas en Tlalocán.