LA CEREMONIA DEL FUEGO NUEVO

Los aztecas señalaban el final del viejo cielo de 52 años y el inicio del nuevo con la Ceremonia del Fuego Nuevo (derecha). En las horas de agonía del año viejo se extinguían todas las hogueras, se arrojaban al agua efigies de los dioses y se ocultaba a mujeres y niños. Vestidos con ropajes que encarnaban a los dioses, los sacerdotes subían a la cima de la «Colina de la Estrella», sobre Ixtapalapa, y esperaban a que las Pléyades pasaran por el cénit, momento en el que, según la creencia, el mundo corría peligro inminente de destrucción y se evitaba la catástrofe si se ofrecía un sacrificio humano, arrancando el corazón de una víctima bien nacida, en cuyo pecho un simulacro de incendio daba vida a un nuevo fuego y, por analogía, a un nuevo ciclo de 52 años. Se arrojaban antorchas a la hoguera humana y se llevaban después al Templo Mayor, en Tenochtitlán, y a continuación a los templos y ciudades a orillas del lago que rodeaba la isla de la capital.