Los aztecas consideraban al dios del fuego, Huehueteotl, Viejo Dios y primer compañero de la humanidad.
En una fiesta azteca, los muchachos cazaban pequeños animales de los pantanos, como serpientes, lagartos, ranas e incluso larvas de libélula que entregaban a los ancianos que custodiaban al dios del fuego, y los sacerdotes les daban comida a cambio de estas ofrendas.
En tales ocasiones, se mostraba ceremonialmente al dios en su aspecto joven, con plumas turquesa y de quetzal. Más avanzado el mes se le volvía a presentar, envejecido, recubierto de oro, negro y rojo, los colores de las ascuas.
Se representaba a Huehueteotl como un anciano desdentado y encorvado, con un brasero en la cabeza.